Tengo que admitirlo, hay mil cosas que me recuedan a él, sí, aún después de más de ocho años. Supongo que todo lo que hemos vivido fue lo suficientemente fuerte para que siga aquí. Pero de todas esas cosas, no hay nada que me haga tenerlo tan presente ni sentirlo tan cerca como esa canción.
Una canción... que romántico ¿no?, y lógico a la vez, pues estoy segura de que todo mundo tiene al menos una canción que le recuerda a ese alguien especial, que le hace revivir momentos inolvidables, que le lleva a un mar de sueños y pensamientos.
Parecería entonces que no hay nada de especial el recordarlo con una canción, pero qué canción la mía... Aguanile.. sí, esa del famosísimo Hector Lavoe y que sin embargo casi nadie conoce. o la conocen pero no la entienden; igual que yo, que no tengo ni idea de lo que dice en realidad, y que lo único que se es que tiene alguna relación con la santería. Pero no me importa entenderla, pues a mí me dice algo que a nadie más le dice. Para mí escuchar esa canción, es saber que él está ahí, pensando en mí, recordándome; me dice que aún estando tan lejos, seguimos estando cerca; y es impresionante como esa canción, que no dice nada y a la vez lo dice todo, deja de ser canción para convertirse en su recuerdo, para conertirse en él.
jueves, 23 de septiembre de 2010
lunes, 13 de septiembre de 2010
Un Hombre Afortunado (Neoclasicismo)
Como un ruido que sucumbe en sus entrañas, golpea fuertemente su sueño, este ruido indicando el nuevo día así Pepe despierta, corriendo se levanta, corriendo va a la regadera y de la regadera al ropero, con tanta velocidad se prepara para desayunar algo, simplemente lo necesario, unos ricos huevos con jamón, un poco de leche tibia y enseguida rumbo al carro, con una sonrisa en la cara Pepe avanza y comienza el día.
Para su sorpresa el amanecer no le brinda lo esperado, -otra vez, lo de siempre-dice pepe, pues era algo típico, el tráfico batía en todas las calles, creaba un berenjenal de autos, muchos de ellos pitaban en unísono para agilizar el tránsito, -lo bueno que me desperté temprano- comentaba para sí.
Al correr de media hora éste se había agilizado pero enseguida comenzaba de nuevo esta vez no por tantos autos, sino por las calles, repletas de hoyos y conos rojos tratando de evitar el golpe inoportuno de algún vehículo, Pepe por la prisa decide avanzar con velocidad por el lado derecho de la carretera, qué error pudo cometer, enseguida la torreta de un vehiculo y el altavoz del mismo de indicaba se orillara, así entonces nuestro querido Pepe llegaba a su trabajo con 500 pesos menos en el bolsillo, con una cara de enojo y desesperación pues vaya mañana que le ha tocado, en expectativa de una mejor que nunca se acercó.
Y allí yacía, el inmenso bloque de metal que a cualquier transeúnte que deseara verlo le agudizaba la vista por el reflejo de otro imponente amigo, el sol. Ya hacía mas de 10 años que Pepe trabajaba allí, pero después de tanto tiempo, este era el día indicado, a nuestro querido amigo ya no le importaba el tránsito, los baches, ni algo policía panzón; iba con la mejor actitud, pues era este y no otro día, aquí se definía si el era un empleado más o alcanzaba un rango mayor, -hoy me llamarán jefe- decía para sí.
Con una sonrisa que no le entraba en el rostro, decía
-Hola Carmelita, Hola Esther, buenos días-
-Que tal Pepe, Suerte-, le regresaban sus compañeros.
-Creo que es hora de arreglar este cubículo
- Pepe comenzó el día laboral como todos los demás, limpiando su espacio de trabajo, haciendo y deshaciendo números, con la misma velocidad de siempre.
-Oye pepe me mandó a llamarte el Jefe, amigo suerte-
-No digas mas Rodo o me la salarás-
-Ni quien pueda hacerlo esta vez Pepin-
Esta vez la sala de espera junto a la secretaria parecía inmensa, el sol no entraba y adentro parecía un invierno, los nervios le recorrían el cuerpo, ella no se movía, solo escucho decir, -en un momento te recibirá Pepe-, con un gesto de amabilidad, respondía. Los minutos eran crueles, puntadas en el corazón, sudados.
-Adelante Pepe-, la sala principal era inmensa, él yacía en su escritorio, la fuerza en su mirada y las canas hacían notar que algo andaba mal.
-Siéntate José por favor; entiendo que estas buscando el puesto de Jefe de departamento, no es así-
-En efecto señor-
-Pepe, ¿te puedo llamar así?-
-Claro señor-
-Disculpa que sea yo quien te lo diga pero se que has estado con nosotros por largo tiempo, pero me han caído y esta vez en grande-
-Nuestros accionistas me piden resultados, y éstos no son nada prometedores, te has percatado que todos los costos han incrementado, con la alza en el IVA, la gran cantidad de personal que tenemos y los ingresos bajos…-
-Perdón que lo interrumpa Jefe, que es lo que quiere decir-
-Lo lamento mucho Pepe, pero tengo que pedirte tu renuncia-
El día ahora era gris, la mirada de nuestro amigo, había cambiado, nada había sido más pesado y difícil que levantar sus cosas del escritorio, juntarlas, era como juntar una vida de sueños que han caído en un terrible pozo, tan profundo como la herida que ahora llevaba a cuestas. –Qué le diré a mi esposa, con qué cara, mis hijos- no era más un día feliz, no había calma, todo era desesperación.
Con lágrimas en los ojos, los hombres bajos y las pisadas lentas, como marcha fúnebre Pepe caminaba hacia su coche, un espacio que ahora no le pertenecía.
Con ira en el rostro manejaba hacia algo que erróneamente creía que lo calmaría. El bar estaba ya a dos calles.
-Lo más fuerte que tengas, por favor-, y veíamos a nuestro amigo caer ante una sociedad que no te dejaba florecer, que te detenía que te refugiaba ante una tempestad en un pequeño rincón, cubierto de oscuridad, sosteniendo una copa y escuchando el dolor.
-Ni una más, señor, antes quiero ver si puede usted pagar- el cantinero le había servido ya un mundo de alcohol.
De su bolsillo sacó el dinero, eso y un poco más. El cantinero feliz,
-¿otra copa amigo? –
-No creo que eso me de trabajo, no creo que tú consigas algo mejor, ¡no creo que nadie, malditos borrachos, tenga un ápice de oportunidad! –
Llorando y sin alma, Pepe se despide sin decir una palabra, afuera el cielo seguía gris, mas nublado que antes, la tarde golpeaba su horario, y la lluvia comenzaba a dejarse ver. Confundido, olvidado y sin fuerzas, zigzagueaba por la calle, mientras dos siluetas lo seguían.
Antes de llegar a una esquina aquellas dos siluetas se veían mas cercanas, un golpe del destino.
Con un cuchillo en la espalda y unas manos en los hombros, Pepe solo escuchó:
-Dame todo lo que traigas, pero rápido sino te quieres morir cabrón-
Como un recién nacido, huérfano, en cuclillas, sin zapatos y sin playera, sin nada. Así era la imagen de nuestro amigo, llorando y preguntando el por qué de las cosas.
Minutos después tomo de nuevo el aliento un poco cansado caminó hacia su casa, no tenia idea de qué le podrían decir, con que saldrá ahora su mujer, qué le diría a sus hijos, su educación, con que énfasis los abrazaría. El timbre sonaba algo confuso ahora, la puerta no era la misma, la calle había cambiado nada tenía sentido.
-¡Mi vida!, pero qué te pasó-
-No puedo más, los malditos policías me bajaron mi dinero, golpeé el carro con un gran bache, me han corrido del trabajo, me asaltaron, deje el carro abandonado, y no tengo dinero…-
-Mi vida, ven aquí, tranquilo, tus hijos te esperan te quieren abrazar-
Vaya imagen más hermosa, una casa acogedora, unos hijos cariñosos y una mujer amorosa, sin duda alguna Pepe era el más afortunado.
jueves, 9 de septiembre de 2010
Ella y el sabio
Hasta el aire que despeinaba mi cabello, me decía que aquel tenía que ser un buen día; y muy probablemente no sólo eso, sino también el día que cambiaría mi vida; el que me traería eso que tanto tiempo había buscado; y que a pesar de haberlo intentado todo, nunca lo había conseguido.
Tal vez sí lo tuve por momentos; pequeños momentos que me siguen manteniendo viva; pero nunca he conseguido tenerlo en plenitud. Eso de lo que hablo es simple, pero parece que encontrarlo es más difícil de lo que cualquiera pudiera pensar.
Un día, cansada de sentir ese vacío que me ahogaba, decidí hacer lo que puede sonar como una locura. Sin pensar ni siquiera en cómo iba a conseguirlo, salí de mi casa un domingo un poco antes de que el sol comenzara a iluminar las calles; encendí mi carro con miedo de que me dejara abandonada a medio camino, pero con la completa decisión de llegar a mi destino fuera como fuera y comencé a avanzar.
¿Hacía donde avanzaba? No tenía idea, pues tal como la gente lo contaba, no había nada que indicara cómo llegar a la montaña, pero si tu alma estaba preparada para recibir los consejos del sabio, no importaba el camino que tomaras, de una u otra forma llegarías con él.
Yo no sabía si mi alma estaba preparada, pero estaba dispuesta a intentarlo todo para llegar a la cima de la montaña y encontrar lo que tanto había buscado: mi felicidad.
Maneje desde antes de que saliera el sol hasta que se volvió a esconder y hasta que apareció de nuevo; no sé que pasó conmigo que pasé más de veinticuatro horas sin comer y nunca tuve ni la más mínima sensación de hambre, ni de desesperación por llegar, ni de cansancio. Lo único en lo que podía pensar era en que no importaba lo que tuviera que pasar para llegar, al final todo iba a valer la pena.
Todo el camino fue de total reflexión para mi, y llegue a sentirme como si estuviera en un sueño, o fuera de la realidad. Fue hasta que vi esa imagen impresionante que no olvidaré jamás, que supe que lo que estaba viviendo era real.
La gran montaña se paró ante mí, como retándome, abriéndome los ojos a lo que estaba a punto de enfrentarme, y recordándome que no iba a ser nada fácil llegar a mi destino, pues aunque ya estaba en la montaña, me faltaba un largo camino por recorrer.
Sin dudarlo, y aceptándole el reto a la gran montaña, empecé a caminar. Eran no más de las 7 de la mañana, el cielo estaba totalmente despejado y el sol calentaba todo mi cuerpo sin molestarme en lo más mínimo. La montaña estaba atiborrada de árboles, pero a diferencia del camino que tuve que hacer en carro, aquí si estaba bien marcado, seguramente por los miles y miles de pares de pies que habían caminado por ahí para ir en busca de los consejos del sabio.
Esta vez no tuve tiempo de pensar en nada, ni de reflexionar el porque de mi vacío interno; me dedique simplemente a observar la maravilla que se postraba ante mis ojos. Árboles de una infinidad de especies diferentes, pájaros de colores que ni siquiera sabía que existían y que cantaban como querido anunciarme algo; un cielo despejado en el que de vez en cuando aparecían nubes que eran más como pinturas en óleo, todas con formas diferentes y perfectamente detalladas; un aire fresco que me daba aliento para seguir con mi camino; una señora que tendía su ropa acabada de lavar, mientras veía orgullosa a sus hijos que jugaban con el lodo a hacer diferentes figuritas. Me impresionó ver lo feliz que se veía toda la gente, aun con lo poco que tenían.
Caminé por más de cinco horas, que en realidad se me hicieron como cinco minutos, hasta que llegue a la cima. Desde abajo nunca creí que en la cima cupiera una casa de tal tamaño; era inmensa además de hermosa; construida con nada de tecnología pero sí con mucha paciencia y dedicación. La casa era de un solo piso y con el techo plano, y todo el rededor tenía ventanales que iban del piso al techo y que seguramente proporcionaban al sabio una vista incomparable.
Me quedé maravillada observando la casa y la vista que había desde esa altura, sin siquiera parpadear, hasta que la mano del sabio en mi hombro me hizo reaccionar. Él era un hombre de estatura media, delgado, con muy poco cabello en la cabeza, pero una barba larga que caía sobre su pecho como un velo de novia. Tenía un temple muy tranquilo, cómo si nada en la vida le preocupara; y caminaba a paso lento pero firme, sin dudar ni un segundo de lo que iba a hacer.
El sabio me tomó de la mano y me llevó a la parte de atrás de la casa en donde la vista era diez veces mejor que al frente. Nos sentamos en unos troncos de madera a no más de veinte centímetros del borde de la montaña y sin decir una palabra, comenzó a escarbar la tierra y sacó una piedra muy parecida al ámbar pero de color azul muy brillante y que en el centro tenía escrita en color verde y aún mas brillante que la misma piedra, la palabra “TÚ”, y me dijo, esto es todo lo que necesitas para encontrar lo que tanto estás buscando.
Yo me quedé fría y desilusionada por un momento, pensando en que cómo era posible que hubiera pasado por tantas cosas para llegar hasta ahí y que la palabra “TÚ” fuera lo único que el sabio me iba a decir. Por supuesto que le pedí que me explicara porque no entendía nada, pero sólo me respondió: “Se tú, te prometo que no llegarás a tu casa sin antes haberlo entendido todo”
Ya había llegado hasta aquí y no era momento para abandonarlo todo, así que tome mi piedra, le di las gracias al sabio y comencé mi camino de regreso, sin dejar de pensar en cómo la palabra Tú, me iba a ayudar a encontrar mi felicidad.
En el camino, volví a encontrarme con la señora que horas antes tendía su ropa, pero esta vez estaba sentada en una silla de madera muy vieja, leyendo un libro y con una sonrisa en el rostro, y comencé a imaginar lo aburrida que sería su vida, sin nada de lujos, sin televisión, sin lugares a donde ir, solo leyendo y lavando ropa, hasta que por fin lo entendí.
Yo tenía muchas más cosas que ella; televisión, una casa grande, un carro que si no era el mejor, me transportaba a todos lados, podía ir al cine, al teatro, a la plaza y aún así no era feliz. Y no lo era porque tenía la idea errónea de que la felicidad estaba en las cosas materiales, o en una tener una pareja, o en tener comodidades, cuando para poder ser feliz debía primero fijarme en mi interior, saber quien era yo y proyectar eso a los demás.
Toda mi vida intenté ser lo que los demás querían que fuera, para así poder agradarles, pero nunca fui realmente yo, nunca pensé en mí ni en lo que me hacía feliz a mí. Lo que el sabio quiso decirme fue que para ser feliz, debía ser yo y buscar la felicidad en mí y no en nada ni en nadie más.
Y ahí, en medio de la montaña, con una sonrisa en la cara, comencé a ser yo; comencé a ser feliz.
Mi cosmovisión
En la actualidad, nuestra mente está muy abierta a todo lo que va pasando, y debido a la globalización, la tecnología y la comunicación, sabemos tantas cosas diferentes del mundo y hemos conocido tantos puntos de vista diferentes, los cuáles tienen siempre algo de cierto, que no podemos conformarnos con aceptar ninguna teoría como una verdad absoluta.
Lo explicaré ahora de una manera más personal: Yo me digo ser católica, sin embargo no creo en casi nada de lo que me dice la Iglesia, así que tomo las cosas con las que me identifico, pero no sigo absolutamente todo lo que el catolicismo me dice que debo hacer.
Esto es lo que está pasando en el mundo hoy en día; nadie acepta nada como una verdad absoluta, sino que toma lo que más le agrada, le conviene o se identifica, de diferentes teorías, religiones, puntos de vista, etc. y crea su propio mundo, viviendo bajo sus propias reglas y formas de ver la vida.
Esto tiene tanto ventajas como desventajas, ya que por un lado es bueno vivir de la forma que cada quién disfrute más, formando nuestros propios criterios y no dejándonos llevar por lo que nadie más nos diga, sino por lo que la experiencia y vivencias nos han enseñado; pero por otro lado, el vivir así, se presta a que todos nuestros actos tengan que estar justificados, pues al fin y al cabo no tenemos que obedecer a nada ni a nadie más que a nosotros mismos.
Lo explicaré ahora de una manera más personal: Yo me digo ser católica, sin embargo no creo en casi nada de lo que me dice la Iglesia, así que tomo las cosas con las que me identifico, pero no sigo absolutamente todo lo que el catolicismo me dice que debo hacer.
Esto es lo que está pasando en el mundo hoy en día; nadie acepta nada como una verdad absoluta, sino que toma lo que más le agrada, le conviene o se identifica, de diferentes teorías, religiones, puntos de vista, etc. y crea su propio mundo, viviendo bajo sus propias reglas y formas de ver la vida.
Esto tiene tanto ventajas como desventajas, ya que por un lado es bueno vivir de la forma que cada quién disfrute más, formando nuestros propios criterios y no dejándonos llevar por lo que nadie más nos diga, sino por lo que la experiencia y vivencias nos han enseñado; pero por otro lado, el vivir así, se presta a que todos nuestros actos tengan que estar justificados, pues al fin y al cabo no tenemos que obedecer a nada ni a nadie más que a nosotros mismos.
un nuevo cominezo
Juan caminaba con soltura por el parque, mirando a todos pasar y se preguntaba ¿Cómo pueden todos estar tan felices?, los niños jugando con sus pistolas de burbujas a lo lejos, uno más acariciando a su perro, el padre correteando al hijo mientras reían a carcajadas. Él creía que todos eran felices pues era una imagen maravillosa la que contemplaba, pero para Juan la vida no le sonreía tanto, decidido a cambiar esa idea se sentó bajo un árbol sobre el césped húmedo y frío. Pasó el rato y a Juan le pesaban los ojos pero algo no lo dejaba descansar y pensaba que alguien lo observaba, al girar la vista hacia atrás se percató que un pato estaba a su lado y que éste traía en su pico una especie de papel, parecido al pergamino. Con una cara tierna, el pato le ofrecía dicha hoja, Juan con duda lo tomó, abrió el pergamino y solamente encontró una palabra, algo confusa “CUAC”, aunque muy lógica para provenir de un pato; al regresar la mirada al pato, éste con una mirada penetrante en Juan sólo hizo… ¡cuac!. Juan saltó de su lugar y cayó en el césped; al reponerse buscó al pato pero este ya no estaba, pero el pergamino seguía en su mano.
Al recuperarse se preguntaba qué fue todo eso, el no entendía el por qué de esta palabra. Enojado y confundido se encaminó a buscar una solución a todo esto y qué mejor que preguntarle a su compañera de cuarto Ana, una linda chica, inteligente y maestra en historia. Ana escuchaba atenta y sorprendida, al terminar, Ana le dijo a Juan que esta no era la primera vez que escuchaba una historia así; investigaron en Internet y descubrieron un página de una persona que se dedicaba a reunir historias parecidas y para sorpresa de los dos no era la primera vez que esto pasaba. Wilbert, un economista estadounidense contó la misma historia y su vida cambió bruscamente; él era infeliz por la muerte de su mujer y todo le salía mal; al recibir el pergamino comenta que su vida se volvió pura felicidad, sus amigos incrementaron, consiguió un puesto en la bolsa de valores y ahora su vida es plena. Wing Chang un joven Japonés egresado en Ingeniería, intentó suicidarse dos veces y a su tercera vez tuvo la aparición de ese pato, ahora es maestro del campus mismo donde estudió y tiene 2 hijos. Corine de Alemania, sufría de ansiedad y tristeza por el trato que llevaba de pequeña con su familia, en un diciembre recibió al pato y actualmente es fundadora de una empresa familiar que se encarga de crear y mandar obsequios en fiestas y celebraciones.
Todas estas historias tiene que ver con lo que me pasó lo sé, pero por qué a mi, yo no tengo esos problemas tan fuertes como estas personas, comentaba Juan a Ana, yo no nací sin familia, ellos me quieren mucho, yo no tengo ganas de suicidarme o soy infeliz.
No lo sé Juan, tal vez te llegó por algo, no sé, pero deberías de pensar que hacer con él.
Juan confundido le agradeció a Ana por la ayuda y regresó al parque - a lo mejor me encuentre al pato de nuevo- pensó. Sentado en el mismo lugar en que lo encontró, analizaba el pergamino, no encontraba nada que tuviera escrito en alguna otra parte. Al pasar del tiempo el cielo comenzó a nublarse y se veía nubes grises y negras.
La lluvia me alcanzará si no me voy de aquí, dijo Juan para sí, corría bajo la lluvia muy aprisa intentando que el pergamino no se mojara pero no pudo controlarse a si mismo y se tropezó con una zanja; el pergamino voló lejos de él y cayó dentro de un charco, Juan se levantó apresurado y corrió por el pergamino. Al llegar, Juan observó el pergamino y de éste unas letras comenzaron a aparecer; estas decían: “Cuando algo sale mal simplemente espera, la calma llegará y todo estará de nuevo seco, CUAC”.
Pero qué rayos es esto, comentaba Juan, por qué dirá seco y de nuevo ese tal CUAC, mejor lo voy a secar. Juan, al llegar a su casa todo mojado por la lluvia, se cambió de ropa y sacó del baño una secadora de cabello que Ana había dejado ahí; al comenzar a secar el pergamino nuevas letras aparecieron y en ese momento Juan comenzó a llorar como nunca lo había hecho, pero estas lágrimas no eran de tristeza sino de alegría, - tengo que empezar a quererme a mi mismo ¡eso es! – al momento, Juan salió corriendo feliz por la calle y a todos les gritaba ¡ya entendí, los amo!, ¡A todos!, ¡Gracias!, ¡CUAC!, ¡CUAC!, ¡CUAC!, ¡CUAC!, ¡CUAC!, ¡CUAC!, ¡CUAC!.
El pergamino decía:
La tranquilidad llegará después, debes aprender a quererte Juan, recuerda, CUAC
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